lunes, 10 de agosto de 2009

LA HISTORIA DEL ESCROTO DEL VIOLONCHELISTA



A principios de año los lectores del British Medical Journal fueron testigos de una impactante confesión de culpabilidad. Un tal John M. Murphy reconocía públicamente haberse inventado un insólito caso clínico que los editores de la revista británica publicaron en forma de carta 35 años atrás.

La historia, relatada en un reciente número de Annals of Improbable Research, arrancó en 1974, cuando se publicó en la misma revista (BJM 1974;2:226) una carta en la que un tal P. Curtis informaba de tres casos de mastitis detectada en niñas de 8 a 10 años de edad que estaban aprendiendo a tocar la guitarra clásica. Debido a la postura adoptada para tocar, el borde de la caja del instrumento tocaba y rozaba la zona inferior del pezón de las alumnas musicales, produciendo la lesión.

A John J. Murphy le hizo gracia aquello del “pezón de la guitarrista” y respondió, con un punto ciertamente gamberro, con una misiva (BMJ 1974;2:335) en la que hacía referencia, por primera vez en la historia, a una nueva enfermedad: “el escroto del violonchelista”. Describía el caso de un músico que pasaba varias horas al día tocando el chelo en ensayos y conciertos, y que presentaba irritación en su escroto debido al constante roce con el cuerpo del instrumento.

No se hizo tan famoso como el “codo de tenista”, pero ahí quedó la cosa. Dos décadas más tarde volvió a surgir el tema, y la existencia de ese supuesto síndrome artístico-profesional fue cuestionada por Philip E. Shapiro en el Journal of the American Academy of Dermatology (1991;24:665): “El contacto del cuerpo del chelo con el escroto requeriría una postura extremadamente incómoda que nunca he observado que adopte ningún violonchelista”, sentenció.

Finalmente, en enero de 2009, John M. Murphy, que ni siquiera es médico, firmaba una nueva carta, junto con su esposa y cómplice Elaine Murphy, que sí lo es, en el BMJ (2009;338:228) : “Quizás después de 34 años sea el momento de confesar que nos inventamos lo del escroto del violonchelista”. Lo más chocante de todo este asunto es, probablemente, que una revista de la talla del British Medical Journal publicase aquella carta sin más, hecho que dejo estupefacto al propio autor de la broma, tal como él mismo reconoce. Además, confirmaba que lo del “pezón de la guitarrista” también fue otra burla similar. Para que luego digan que las revistas científicas no tienen sentido del humor.

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